Recién regresado a Brasil de una misión diplomática en Italia y Francia, el presidente brasileño, Ignacio Lula da Silva, se quejó de la comida que le fue ofrecida en su gira.
Al parecer, no apreció los platos italianos, una de las mejores cocinas del mundo. Dijo que todo es tan sofisticado que incluso no se entiende de qué se trata y que, de todas, formas, las porciones son reducidas.
Hay que especificar que lo que tuvo la oportunidad de comer en el palacio del Quirinale, sede de la presidencia de la República italiana, no fue un almuerzo, sino que el que en términos diplomáticos se llama desayuno de trabajo.
Esto se debe a la brevedad del tiempo. El coloquio con el presidente italiano, Sergio Mattarella, se había prolongado más de lo que se preveía y el programa establecía que Lula debía encontrarse luego con el papa Francisco.
O sea que la autoridad carioca, que incluso lamentó que no le ofrecieron especialidad de su país, tuvo solo 45 minutos para conformarse con las de Italia: jamón del Friuli, los tomates de la Campania o el queso de Emilia Romaña, los trufas de Piemonte y el pescado fresquísimo.
De vino, por supuesto, ni hablar: Italia compite con Francia por el primado mundial. Todo esto servido en platos antiguos y preciosos.
Lula, que ya ha vuelto al Palacio do Planalto, sede de la presidencia brasileña, podrá volver a comer la rabadá u otras especialidades locales.