El papa Francisco escribió una extensa carta para recordar a las 43 personas que perdieron la vida en el derrumbe del puente Morandi aquella fatídica mañana del 14 de agosto de 2018.
El sumo pontífice quiso hacer llegar su cercanía las víctimas que lograron sobrevivir, a los familiares y a los que residen en Génova ciudad que no volvió a ser la misma desde la tragedia.
“Frente a eventos de este tipo, el dolor causado por las pérdidas sufridas es insoportable y no es fácil de aliviar”
Francisco envió la carta a Il Secolo XIXen la que destacó que el derrumbe fue “un desastre que podría haberse evitado”.

“No tengo respuestas listas para darles porque ante ciertas situaciones nuestras pobres palabras humanas son inadecuadas. No tengo respuestas porque después de estas tragedias hay que llorar, permanecer en silencio, preguntarnos sobre la razón de la fragilidad de lo que construimos y, sobre todo, rezar”, escribió.
El Papa aseguró que al pensar en Génova piensa en su puerto, lugar en que su padre partió a Argentina
La carta completa del papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos.
Ha pasado un año desde el colapso del puente Morandi que mató a 43 personas. Familias que se iban o regresaban de vacaciones, hombres y mujeres que viajaban por trabajo. Fue una herida infligida en el corazón de su ciudad, una tragedia para quienes perdieron a sus familiares, una tragedia para los heridos, un evento impactante para quienes se vieron obligados a abandonar sus hogares viviendo desplazados.
Quiero decirles que no los he olvidado, que he rezado y rezo por las víctimas, por sus familias, por los heridos, por los evacuados, por todos ustedes, por Génova. Frente a eventos de este tipo, el dolor causado por las pérdidas sufridas es insoportable y no es fácil de aliviar, al igual que el sentimiento de no resignación ante un desastre que podría haberse evitado es comprensible.

No tengo respuestas listas para darle porque ante ciertas situaciones nuestras pobres palabras humanas son inadecuadas. No tengo respuestas, porque después de estas tragedias hay que llorar, permanecer en silencio, preguntarnos sobre la razón de la fragilidad de lo que construimos y, sobre todo, rezar.
Pero tengo un mensaje que fluye de mi corazón como padre y hermano, y que me gustaría transmitirles. No permitan que las vicisitudes de la vida rompan los lazos que tejen su comunidad, borran el recuerdo de lo que hizo que su historia fuera tan importante y significativa. Siempre pienso en Génova cuando pienso en el puerto. Pienso en el lugar donde se fue mi padre. Pienso en el trabajo diario, la testaruda voluntad y las esperanzas de los genoveses.
Hoy quiero decirles una cosa en primer lugar: sepan que no están solos. Sepan que nunca están solos. Sepan que dios nuestro padre ha respondido nuestro clamor y nuestra pregunta no con palabras, sino con una presencia que nos acompaña, la de su hijo. Jesús pasó ante nosotros a través del sufrimiento y la muerte. Él ha tomado sobre nosotros todos nuestros sufrimientos. Fue despreciado, humillado, golpeado, clavado en la cruz y brutalmente asesinado.
La respuesta de dios a nuestro dolor fue una cercanía, una presencia que nos acompaña, que no nos deja solos. Jesús se hizo igual a nosotros y por eso lo tenemos a nuestro lado, para llorar con nosotros en los momentos más difíciles de nuestras vidas. Lo miramos, le confiamos nuestras preguntas, nuestro dolor, nuestra ira.
Pero también me gustaría decirte que Jesús en la cruz no estaba solo. Debajo de ese andamio estaba su madre, María. Stabat Mater, María estaba debajo de la cruz, para compartir el sufrimiento del hijo. No estamos solos, tenemos una madre que desde el cielo nos mira con amor y está cerca de nosotros. Aferrémonos a ella y digámosle: “¡Madre!”, como lo hace un niño cuando tiene miedo y quiere ser consolado y tranquilizado. Como el humilde granjero Benedetto Pareto se tranquilizó en 1490, en Monte Figogna, cuando vio a una dama con una cara hermosa y muy dulce, que se presentó ante él como la madre de Jesús pidiendo la construcción de una capilla. Levanten los ojos hacia la Madonna della Guardia y confíen en la ayuda de su madre.
Somos hombres y mujeres llenos de defectos y debilidades, pero tenemos un padre misericordioso al que acudir, un hijo crucificado y resucitado que camina con nosotros, el Espíritu Santo que nos ayuda y nos acompaña. Tenemos una Madre en el cielo que continúa extendiendo su manto sobre nosotros sin abandonarnos.
También me gustaría decirle que no está solo porque la comunidad cristiana, la Iglesia de Génova, está con usted y comparte sus sufrimientos y sus dificultades. Cuanto más somos conscientes de nuestra debilidad, de la precariedad de nuestra condición humana, más redescubrimos la belleza de las relaciones humanas, de los lazos que nos unen, como las familias, las comunidades y la sociedad civil.
Sé que ustedes, los genoveses, son capaces de grandes gestos de solidaridad, sé que se arremangan, que no se rinden, que saben cómo estar al lado de quienes más lo necesitan. Sé que incluso después de una gran tragedia que ha lastimado a sus familias y a su ciudad, han podido reaccionar, levantarse, mirar hacia adelante. ¡No pierdan la esperanza, no dejen que se la roben! Continúen apoyando a los más afectados. Rezo por ustedes y por favor no se olviden de rezar por mí.