No habrá más curas de espaldas a los fieles y hablando en latín, o habrá drásticamente menos: el papa Francisco dio marcha atrás a lo que se refiere a la celebración de la misa.
Su antecesor, Benedicto XVI, había otorgado la facultad de adoptar el rito del Missale Romanorum. La medida, que apuntaba a la unidad de la Iglesia acogiendo los pedidos de los sectores más conservadores, se ha convertido, según explicó Francisco, en un motivo de división.
Celebrando ese rito, los tradicionalistas ponían en la mira la reforma del concilio vaticano II, que en 1965 reformó, entre otras cosas, los rituales católicos. Dentro de estos, introdujo que el celebrante diga de la misa cara a cara con los fieles, dirigiéndose a ellos en sus idiomas.
Francisco justificó su decisión a través de un cuestionario que mandó a los obispos sobre el tema. Las respuestas, declaró el pontífice, han puesto en evidencia una situación que lo preocupó y lo apenó. Tampoco celebrar misa de forma tradicionalista estará prohibido. El motu propio de Bergoglio, intitulado “traditiones custodes”, establece que el cura que lo desee tendrá que pedir permiso a su obispo y declarar que no comparte los principios del concilio y que reconoce el magisterio de los sumos pontífices.