El clima de Nápoles en octubre es impredecible y aquella mañana de domingo hacía frío y el cielo era gris. Pero esto no era un impedimento para conocer al museo sobre Diego Armando Maradona más grande del mundo.
El mismo fue levantado y constantemente nutrido por Massimo Vignati, presidente de la Asociación Mario Silvio Vignati, La Historia Continua que lleva el nombre de su padre fallecido.
Ese hombre fue el custodio del vestuario local del Napoli durante 30 años y por esas cosas del destino, le tocó vivir y disfrutar de cerca al astro argentino, cuando Massimo apenas tenía 12 años.
Emprendo el camino y a los pocos minutos me escribe Massimo para saber dónde estoy y pasarme a buscar con su Renault Scenic azul. Antes de ir al lugar sacro, me contó que debíamos pasar a buscar a su hijo para llevarlo a jugar un partido de fútbol. Una breve parada y un niño vestido de futbolista llamado Diego se sube al vehículo.
Tras el traslado, continuamos con rumbo a la casa de su madre, Lucia. Ingresamos al edificio y la primera puerta, justo en frente de la de entrada, es una de rejas. Primer ingreso y los colores celestes empiezan a predominar la escena.
Una puerta más, que parece la de una fortificación se abre hacia un pasillo, lleno de fotos. Son las de Maradona, con la camiseta del Napoli, pero también con las de Newell´s Old Boys o Boca Juniors de Argentina.

Por fin, Massimo saca la llave que nos adentra al mundo perfecto del astro argentino. Ese planeta que creó con su talento único e inigualable dentro de un campo de juego, lejos de los paparazzi, discotecas o tribunales de justicia. Las luces se encienden y el ambiente es celeste, como ese que las nubes afuera negaron ese día.
Massimo se sienta sobre un sofá que parece estar ubicado especialmente para pasar un rato largo en él de frente a todos los objetos que hay en esa habitación, que no es más grande que un living comedor.
Por encima suyo, la foto de su padre, que es la más grande de la sala. Claro, la familia es lo primero, y lo que representa su padre va más allá de los colores. Es idolatría.
“Mi papá para mí nunca murió, está siempre vivo, porque nosotros, los hijos, somos el alma de nuestros padres. Y es gracias a ellos que puedo contar esta historia”, empezó relatando el sexto de los 11 hermanos Vignati.
Al mismo tiempo, explica el nombre de la asociación que preside: “Se llama ‘La historia Continúa’ porque es una continuación de una historia que no morirá jamás. Después de mí vendrán mis hijos y nietos, quienes llevarán adelante esta bellísima historia, que fue la de haber conocido al jugador más grande de todos los tiempos y la de él, de haber encontrado una extraordinaria familia”.
¿Y Diego qué lugar ocuparía en su vida? “Un hermano”, contestó sin vueltas Massimo y remató: “Mi hijo lo llama ‘tío Diego’”. Ese vínculo, a pesar de la distancia y el tiempo transcurrido, parece indisoluble: “Fue una emoción enorme cuando Diego volvió a ver a mi mamá después de 20 años. Ver a Maradona llorar abrazándola es todo. Cinco años atrás, Dalma [hija mayor de Maradona] se quedó en la casa de mamá… ¡eso fue una satisfacción enorme! Habiendo tantas miles de personas que Diego conoce en Nápoles, albergar a Dalma habla del amor, estima y respeto que hay para mi familia”.
Lucia, de 72 años es “la columna principal” de toda una familia: “Llevar adelante 11 hijos en un barrio de Nápoles no es fácil. Nos ha dado amor, respeto y la importancia de la simplicidad”.
“Los platos favoritos de Diego eran spaghetti con soffritto, la fressella napoletana con aceite de oliva por encima, queso, mortadela, sopa de pescado hasta melanzane sott´olio, algo bien de Nápoles”
Semejante ligazón comenzó desde que Maradona puso un pie en Nápoles, el 5 de julio de 1984. La madre era la encargada de cocinar en la casa de los Maradona, al tiempo que la hermana de Massimo, Raffaella, era la niñera de Dalma y Gianinna.
Tal parece que una familia nació para la otra, ya sea por valores o momento histórico compartido: “Diego es solidario… tuve la fortuna de tener el pie del mismo tamaño que él. Cuando tenía las zapatillas rotas, Diego decía ‘llévenlos a la casa de los chicos’. Al verdadero Maradona se lo veía en esos actos. Vi cosas que van más allá del personaje. Nosotros comíamos en su casa o venía de sorpresa a la casa de mamá y papá cuando eran nuestros cumpleaños. Maradona es una persona humilde y simple”.
En esas visitas y momentos compartidos, el tango fue un punto de unión inesperado: “Mi papá era uno de los bailarines de tango más importantes de Nápoles. Cuando íbamos a una fiesta o una casa de amigos, bailaban con mi mamá y todos se maravillaban y después de tantos años, conoció a Diego. Esa conexión con Argentina ya existía. Una vez hicimos una fiesta en casa y Diego bailó con mamá. Él fue un gran jugador y además, uno de los mejores bailarines que vi”.
El museo
Conocida la historia entre los Vignati-Maradona, es momento de recorrer uno de los espacios privados más increíbles que tiene el fútbol mundial.
“Hay más de 300 objetos. No soy un coleccionista, no los compré, sino que los fui juntando durante los siete años que Diego jugó en Napoli, incluso también objetos personales”, detalla Massimo.
“Después de la desaparición de papá decidimos sacar todo del San Paolo por un cuestión de seguridad personal. Es que más allá del valor inestimable de los objetos, el valor que tiene para nuestra familia es mucho más grande”, explica.

Entre las piezas destacadas se encuentra la fotocopia del contrato entre Barcelona y Napoli por el pase de Maradona, los botines que usó con la selección argentina ante Bélgica por las semifinales del Mundial de México 1986, los guantes que usó en el frío congelante de Moscú en un partido entre Napoli y Spartak y camisetas de casi todos los clubes en donde jugó.

“Por tantos objetos me han ofrecido mucho dinero… un gran coleccionista de Roma me ofreció por la fotocopia del contrato de Maradona uno 20.000 euros, y le dije que no porque para mí son objetos afectivos que tienen un valor incalculable”, confiesa.

“El sueño de mi padre era que tantos turistas y argentinos que visitan nuestra hermosa ciudad, puedan ver todo esto. Estoy orgulloso de construir este museo con la ayuda de tantos amigos y colaboradores y que a un pedazo de mi casa vengan tantos periodistas y fanáticos de todo el mundo. Para mí es una enorme satisfacción, sobre todo para Nápoles, que tuvo al mejor jugador de todos los tiempos y que tiene su museo. Ese museo existe y lo llevo adelante junto con mi familia y lo más lindo, es que ayuda a los chicos que más lo necesitan”, enfatizó Massimo.
La Asociación Mario Silvio Vignati realiza partidos a beneficio de hospitales o escuelas de la ciudad
Concluida la visita por el museo, Massimo me invitó a subir hasta el departamento donde vive Lucia, quien nos esperó con un café. Allí, nos mostró una vitrina donde guarda las camisetas más preciadas que representan la carrera de Maradona.
Las vueltas del destino hizo que sean Piemonte, Lombardía, Marche y Milano las calles que rodeen al edificio donde se guardan tesoros invaluables de la historia del futbol. Esas regiones que Maradona y su Napoli supieron poner de rodillas en la gloriosa década del 80′. Años durante los cuales el Sur del país brilló más que nunca.
